martes, 6 de agosto de 2013

¿Cómo tomar la decisión de mudarse? Una señal, dos señales. Casualidades: ¡Me mudo!

Bogotá, 06 de agosto de 2013

¿Ustedes creen que las paredes, el techo o las puertas de la Casa Vikoca nos extrañan? ¿Habremos dejado algo de energía impresa en las maderas de su piso? ¿O al menos quedará en algún rincón una pisca de olor a marihuana o en el cuartito de la viejita un enser inútil de todos los que Viviana abandonó?

Tal vez pueda responder, si quisiera a estas preguntas. Les contaré rápidamente, porque el horario laboral, sólo me permite hacerlo todo “rápido y brevemente”, sobre las casualidades que han adornado mis días recientes.

¡Adiós a La Soledad!


Sin planearlo ni desearlo, sin siquiera imaginarlo… Tomé la decisión de un día para el otro de mudarme de casa y de barrio.

Cuando apenas, un compañero de trabajo había comentado a viva voz en la oficina que estaba buscando nuevos flatmates, llegué a mi casa con varias preguntas dando vueltas en la cabeza: ¿Y si me mudo con Salomón para La Macarena? ¿Y para qué? ¿Por qué? ¿Qué me molesta de mi casita en La Soledad?

La verdad es que todavía no tengo respuestas concretas ¿Para qué me mudo? No tengo ninguna de estas justificaciones clásicas. Mi casa es linda, cómoda, en el mejor barrio de Bogotá, tengo flatmates amables y relajados, estoy a veinte minutos caminando de mi trabajo, etc, etc, etc… A parte de mi vecina ensimismada-paranoica que considera a las bicicletas una afrenta contra su integridad personal, nada me incomoda del lugar donde vivo.

Pero esta es mi razón: una señal, dos señales. Casualidades. ¡Me mudo!

Después de que Salomón pusiera sus cartas sobre la mesa, llegué a la casa y me senté en el comedor a tomarme un té. Quería esperar a Andrés despierta para comentarle la posibilidad. Andrés llegó, me saludó y antes de que yo dijera cualquier cosa él se adelantó: “Juli, me voy a mudar. Aleja y yo encontramos un aparta estudio en Palermo y, por fin, nos vamos a vivir juntos”. Reacción predecible: sorpresa, abrazos, felicitaciones, saludos a Aleja, alegría por los dos. Reacción interna: ¡Que me parta un rayo si esto no es una señal!

Contexto: Hace menos de un años, Andrés, Elianor y yo nos mudamos al mismo tiempo, sin conocernos, a vivir juntos a ese apartamento. Nos hicimos grandes amigos: fumamos, bebimos, charlamos, lloramos, comimos y nos quisimos como debería ser con todas las personas que compartes tu techo. Hace menos de un mes, Elianor regresó a Inglaterra. La fiesta de despedida duró hasta el amanecer. Todo hay que decirlo: la hemos extrañado.

La semana pasada, cuando Andrés me soltó la noticia de que se iba justo cuando yo empezaba a preguntarme si me debería mudar, sentí de inmediato que, así como nos habíamos encontrado los tres al tiempo, así mismo deberíamos dejarnos ir y permitir que otros tres pelagatos se acompañen con tanto cariño en ese mismo espacio.
Escribí a Salomón con un corto mensaje: “¡Acepto! Llevo cucharas de palo, un puf, tres matas moribundas y un rascador de marihuana”.

¿Quién habita la casa amarilla?

Ayer cuando salí de mi clase de yoga; feliz, porque pude hacer la postura del zancudo y despejada porque me sentí tranquila y enamorada; caminé con dos chicas que habían ido por primera vez. Una de ellas dijo: “Vivo a dos cuadras” y yo: “Yo también, te sigo”. Cuando nos acercábamos a la esquina de la Casa Vikoca, vi su intención firme de seguir por esa cuadra y respiré profundo.

Contexto: Desde que regresé a Bogotá, no he caminado nunca por el frente de la Casa Vikoca. Paso por una esquina, por la otra, doy la vuelta por la cuadra de abajo, por la de arriba. Evito siempre, atravesar esa cuadra y caminar por esa acera. Temo encontrarme a Don Hernando. Temo, quizás, enfrentarme a los recuerdos ya sepultados. Evadir esa cuadra se me convirtió en un agüero que bastantes buenos resultados me ha dado.

Ya que la chica nueva de yoga no tenía ni idea de mis supersticiones y no era el momento para explicárselas, respiré profundo y seguí caminando. Era tarde, Don Hernando no saldría a la calle después de las 7pm. Cuando Estábamos casi encima de la reja blanca de Casa Vikoca, la chica paró y dijo: “Aquí me quedo. Aquí vivo”. Sacó un llavero y empezó a mover el candado para introducir la llave.

Se llama Lina. Vive hace un año en Casa Vikoca con David, su novio.

Donde fue el cuarto de Vivi y luego el mío, es ahora su dormitorio matrimonial, donde era el cuarto de Koleia es el estudio de David. Donde fue la sala, luego el cuarto de Vivi y por último el de Daniel, es de nuevo la sala y donde era la cocina, sigue siendo la cocina. No tienen mascotas ni peleas con Don H. Yo le conté, “rápida y brevemente”, todo lo que sabía de esa casa y lo que había vivido en ella. Me invitó a entrar y a tomar un té. Agradecí y le dije que no.

Hogar, nuevo hogar


El Quinto Piso de La Macarena tiene una vista magnífica del occidente de  la ciudad. Está ubicado en el “So-called” Soho Bogotano y queda a quince minutos caminando de mi oficina. Lo habita Salomón de Medellín con sus matas. Hay un gato vecino que a veces sube a jugar. El sábado se muda Cristian de Cartagena con su peculiar acento “cajtagenelo”. El 15 de agosto me mudo yo.


Espero que a Violeta le guste visitar la casa de su tía. 


Con todo mi amor y las puertas de mi bigésimocuarto hogar abiertas para ustedes,

Lía Violeta

2 comentarios:

  1. Sincronicidad, diría Jung. Hermoso, como las piezas se van juntando cuando uno tiene las puertas del alma abiertas para recibir la información.
    No sabía que tenías agüero con la calle de la casa Vikoca, me sorprendió, y me sorprendió más la historia de la nueva habitante de la casa, que bonita manera la de la vida de llevarte a ese lugar.
    Bueno, solo me queda decir que yo vivo en un quinto piso y, según algunos amigos soy: La loca del quinto piso. Quién sabe que aventuras te traerá esta nueva casa!

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  2. Sabato decia q no hay casualidades sino destinos, q uno encuentra lo q busca... Una buena historia para salir de La soledad, y rica la macarena!

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