martes, 11 de diciembre de 2012

La danza de los árboles



Bogotá, 11 de diciembre de 2012

Queridas, hermanas,

Se me han pasado los días sin escribirles y, no saben cuánto lo siento, porque fueron justo días inolvidables. Tanto que ahora cuando intento resumir lo que he vivido para compartírselos, se me quedan cortos los recuerdos y esta incapacidad para resumir en pocos párrafos lo más importante me pesa, me abruma y decido, finalmente, posponerlo todo para el día en el que nos volvamos a ver y podamos contarnos sobre la vida sin afanes y sin límites de caracteres.

Les dejo algunas fotos de La Chorrera, Amazonas y dos párrafos que le escribí a David cuando regresé para dejarle saber que en la inmensidad de la selva me cobijaron siempre sus lecciones:

Ayer regresé del Amazonas, sin muchas ganas de volver a Bogotá, por supuesto, pero con el resplandor del poder de la naturaleza aún presente en la mirada. La Chorrera, el río Igará- Paraná y las comunidades que habitan a lo largo de él: Uitoto, Okaina, Muinane y Bora conjuran juntos un lugar conmovedor, hermoso, místico, lleno de magia y adoraciones a la vida. Conversando con ellos, escuchando sus historias e intentando aproximarme a su concepción del mundo y de la existencia, pude comprobar el sentido de este aforismo de Borges: "Desdichado el pobre de espíritu, porque bajo la tierra será lo que ahora es en la tierra". Ellos, los habitantes de la selva sí que entienden sobre aquello que usted intentó explicarme de la impermanencia de este cuerpo y la conciencia de nuestros espíritus en tránsito. 

Andrés me prestó su libro del Bhagavad Gita para leer en la selva. No me rindió mucho la lectura porque estuvimos muy ocupados, y un día, que comí unos patacones muy grasosos, me dieron pesadillas en donde se mezclaron, en imágenes confusas y aterradoras, la guerra para la que se prepara Arjuna, con el mito de la ciudad perdida en la que habitan los delfines rosados en lo profundo del río.












 

El domingo visité un lugar mágico, precioso y cargado de mensajes ocultos de la naturaleza. Se trata de un bosque de niebla que queda al sur de Soacha y se llama Chicaque. Quizás hayan ido o hayan oído hablar de él. Al parecer es muy popular, pero yo no tenía idea de que existía. Fuí allí con Carolina a pasar el día para despejar un poco la mente y los pulmones de la contaminación de la ciudad y de estas vidas nuestras tan ocupadas en nimiedades y cosas sin verdadero sentido.  

Les confesaré: Tan pronto llegamos a lo alto de una peña, que ofrece una vista abrumadora del valle que se desprende hasta la cordillera central, y desde donde se alcanza a ver el nevado del Tolima, nos tomamos un LSD. De ahí en adelante, se me quedan cortas todas las palabras que conozco para contarles lo que vivimos. Caminamos durante más de seis horas por bosques, peñas, caminos prehistóricos, atravesando quebradas y rodeando una inmensa montaña rocosa donde se enclavan las nubes y crecen árboles de todos los verdes y amarillos que vimos danzar entre la neblina, al mismo ritmo que las piedras respiraban y los troncos de los árboles, abrazados por líquenes y hongos, se expandían y contraían dejándonos ver toda su vida y toda su mortalidad. 

Pensé tanto en muchas de las cosas que me dijo David, sobre la era de Kaliyuga, sobre la disposición ineludible de nuestros cuerpos a la muerte, sobre la reencarnación y el apego a las experiencias de los sentidos. Cuando ví cada hoja, flor, pedacito de tierra o de tronco, a las piedras, a los animales, al agua, a toooodo lo que está vivo, vibrar en la misma sintonía sin detenerse por un solo instante, pesé que esa es la imagen más hermosa y parecida al amor universal. Es esa constancia y ese sin cesar con el que vibra cada pedacito de vida y que nosotros, los humanos no notamos, no percibimos, no somos conscientes de ello. Eso es el amor y pensaba todo el tiempo en David. Me imagino que él, con su conciencia mucho más elevada, vería en ello a Krisna y su corazón se ensancharía mil veces más de lo que el mío ha crecido en estos meses.





El efecto pasó, varias horas después. Dejamos de ver la danza de los árboles. Pero incluso hoy, pasados dos días, aún pienso en ellos y en el verdadero amor universal y en lo que yo estoy haciendo para encontrar esa conciencia de verdad, sin necesidad de tomarme un ácido. Es como si el LSD te diera la oportunidad de ver el comercial de la película, pero para ver la película completa necesitás mucho más que un químico: la vida entera dedicada a entrenar tu mente, a descubrir la naturaleza de tu espíritu, a conectarte con ese amor universal… y le escribí a David: “Es un trabajo largo ¿verdad? pero debe ser hermoso ¿no? Pienso, entonces, en todos esos años en los que usted entregó todas sus energías al trabajo devocional. En fin... pensará que todo lo que digo son tontas especulaciones y que aún no entiendo nada. Tal vez así sea”.

Tal vez aún no comprendo el verdadero mensaje, pero siento que he vuelto a enrutarme en el camino por descubrirlo. Regresar a Colombia y todo lo que ello implicó, fue sin duda, una poderosa amaneza de distracción y estancamiento. Pero hoy me alegra sentir que sí puedo resistir y avanzar. Ya no siento pena por los que he dejado atrás, ¡Qué bellas son las liberaciones! Anoche tuve un sueño muy diciente sobre eso que les contaré en otra carta.


Del Amazonas traje ají, fariña, casabe y uvas caimaronas. De Chicaque, niebla, el vaho de las rocas  y la danza de los árboles. Voy a guardar un poquito de todo para regalárselos el día en que nos volvamos a ver.

Hare Krisna and love.

Las adoro, constantemente, las quiero.

Lía Violeta










1 comentario:

  1. Wow! Ese par de viajes de Cindy me sorprendieron mucho! Me encantan esos niños de la selva, me encantan esos árboles del altiplano. Definitivamente el mundo es espectacular. Espero que esa sensación de plenitud y conexión con PachaMama no se salga de tu corazón y contamine a todos los que se crucen en tu camino. Te amo mucho, gracias por compartir esto tan lindo. Milady

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