viernes, 13 de abril de 2012

Cuaderno de sueños


LíaVioleta, 13 de abril de 2012

Yo era un hombre de unos 45 años. Tenía algunas canas dispersas en los laterales de la cabeza. Estaba sólo y corría por una autopista amplia en los Estados Unidos. Necesitaba llegar hasta un edificio gigante donde antes funcionó un prolífico centro comercial. Ahora la estructura estaba abandonada y serviría de refugio para miles de personas contra el tornado-terremoto que estaba pronosticado para esa misma tarde. 

El edificio, construido a finales de los setenta, sin electricidad estaba casi en ruinas. Alguien comentó que ese sería el primer lugar en ser demolido por el sismo. Ahora debía encontrar un tren, muy antiguo, que sería el único en mantenerse en movimiento durante la tragedia y sólo los que alcanzáramos a abordarlo estaríamos a salvo. A mi alrededor había montones de mujeres musulmanas con niños, desesperadas, llorando y rogándose unas a otras por ayuda para salvar a sus hijos. Ellas solas no podían cargar a todos sus hijos hasta el tren. Pensé en mis hijos. Me pregunté si existirían y dónde estarían. Vino a mi mente la imagen de un conjunto cerrado de casas de una sola planta. Dos adolescentes estaban jugando en un computador. Pero ahora debía correr para alcanzar un espacio en el tren. 

Salí de nuevo a la autopista. El viento del amenazador tornado ya había arrastrado basura por toda la calle y seguía soplando fuerte llevándose señales de tránsito, rejas, avisos, partes de carros… Encontré el tren parqueado debajo de un intercambio vial. Las mujeres estaban subiendo a sus niños. Alcancé un lugar de pie en la cola del último vagón. Era muy pequeño y estrecho, sin piso. Debíamos pararnos sobre unos barrotes y sostenernos del borde de las ventanas. Andaba muy despacio. Yo no podía entender cómo el simple hecho de estar allí montados nos salvaría del desastre que se avecinaba. 

Después de andar un rato, el tren paró en una estación donde mi ventana quedó al lado de un pequeño kiosco de bebidas. Había un televisor prendido que estaba dado las noticias sobre el triunfo de un piloto en una carrera de autos que era patrocinado por Fanta. Me pregunté en qué parte del mundo podían estar interesados en semejante banalidad cuando nosotros estábamos viviendo el apocalipsis. Sin embargo, una chica que iba a mi lado, se bajó directo al kiosco a comprar una Fanta. Cuando regresaba el tren arrancó. Empecé a gritarle que corriera: run, run, faster, faster, hold my hand!! (Todo pasaba en inglés) y ella de tanto esforzarse se empezó a convertir en una lagartija blanca. Yo podía ver cómo se desfiguraba. La lata de Fanta se le deslizó de las manos, los ojos se le brotaron y perdió todo el cabello y el color de su piel en un instante. Insistí en animarla a seguir corriendo incluso cuando ya era más pequeña que mis pies. Ella se rindió y dejó que el tren se alejara. 

En la siguiente estación el tren paró cerca al conjunto cerrado donde yo había visualizado a mis hijos. Corrí a buscar alguna pista de ellos. Pero todas las casas estaba ya desiertas. Reconocí el carro de mi esposa parqueado al frente de la que, supuestamente, era nuestra casa. Regresé al tren a darle la maña noticia a mi hija de que no había encontrado rastro de nadie. Ahora, de repente, yo había recorrido todo lo anterior con mi hija de unos quince años. Pero no teníamos noticias de su hermano y su mamá. Le dije que no pensara en ellos, que se concentrara en salvar su vida, que su vida era la única vida valiosa que debíamos salvar de esa familia. Era una niña muy serena y lo entendió bien. 

En adelante, todas las imágenes son caóticas. Llegamos a otro edificio en ruinas, no hay espacio para refugiarnos, empezamos a sentir las primeras vibraciones del terremoto, el aire es turbio y el viento sopla cada vez con más fuerza. En cada parada yo corro, no sé hacia dónde, a buscar información sobre mi esposa y mi hijo… Y todo empieza a confundirse. Mi hija no cesa de repetirme que los deje y que me concentre en salvar su vida que es la única valiosa. 

Después me veo desesperada preparando sanduches en frascos de vidrio para Katerine Moreno y sus amigos en un bar de Bogotá.

Al final me despierté. Son las 10:19 PM. Me había quedado dormida a eso de las cinco. Al menos estoy a tiempo de ponerme la pijama, tomarme un te y volver a las cobijas. Ayer, my afternoon nap fue descontroladamente descarada. Me quedé dormida, con la luz encendida y la ropa encima alrededor de las 8 PM y cuando desperté eran las 5:20 AM. Fui al baño, me puse la pijama y volví a dormirme hasta las 10 AM. ¡Dormí 14 horas!

2 comentarios:

  1. Ay Juli... pues si después de cada dormida te sale un texto tan bueno como este, pues te apoyo en que sigas durmiendo. ¿para qué seguir peleando con esa parte tan esencial de tu vida? Es que tenés varias vidas paralelas y nadie puede decir que mientras duermes no estás viviendo. La próxima vez que durmamos juntas, en lugar de decirte "buenos días" cuando te despiertes te voy a decir "qué descanses".

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  2. Lía bendita!! Este es el primer capítulo de tu serie tolkiniana? Me gustaría que te concentraras en algún sueño y encontraras el número ganador de un chance, y tuvieras la solidaridad de compartirlo con la familia frijolita y la tía Milady. A dormir pues que si me promete el número ganador le patrocino las siestas. Picos

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